La masa enfurecida, de Douglas Murray

Reseña de La masa enfurecida, un libro polémico pero todo un súper ventas por hablar sobre temas de los que parece que no está bien hablar. No dejes de leerlo.


Hoy os traigo una reseña de un libro que, como sé que puede generar polémica, prefiero hacer antes que nada una aclaración a modo de pliego de descargo.

La reseña que tenéis ante vosotros contiene lo que es un resumen de las principales ideas que un autor ofrece sobre un tema. Eso no significa que las ideas del autor sean necesariamente las mías. De hecho, hay cuestiones en las que no coincido con el autor, pero hay otras en las que sí.

La intención de esta vídeo reseña no es ofrecer mi postura en torno a los problemas planteados en el libro, sino la de su autor. Por eso, me gustaría que no se interpretase como un contenido de opinión, de mi opinión, sino simple y llanamente una reseña de un libro más, un libro que podrá no ser del gusto de todos, pero del que creo que su lectura es necesaria para hacernos reflexionar al menos sobre una serie de cuestiones.

Por todo lo anterior, si has llegado hasta aquí y piensas seguir leyendo, te ruego que lo veas entero y que, una vez terminado, recuerdes que se trata de una reseña y nada más.

Dicho esto, empezamos.

Introducción a la polémica

Vivimos tiempos convulsos. No podemos negar que el estado de tensión permanente en el que nos encontramos hace que la vida, la vida en sociedad, sea cuanto menos, poco llevadera.

Y es que hemos llegado a un punto en el que parece que todo cuanto digamos o expresemos corre riesgo de ser, o bien malinterpretado —consciente o inconscientemente— o bien utilizado como arma arrojadiza, tanto contra nosotros mismo como contra otros. Y esta situación de tener que pensar en todo momento antes de hablar no hace más que incrementar esa tensión.

Los últimos años hemos vivido un aumento de actitudes intolerantes desde ciertos segmentos de la sociedad que dicen actuar en defensa de ciertas minorías y de ciertos valores —valores que, por otro lado, ellos mismos contradicen.

Toda esta tendencia ha derivado en un nuevo nacionalismo en el que no se defiende la unidad de un territorio, sino de un determinado grupo demográfico, lo que lleva a una fragmentación de la sociedad en un número cada vez mayor de pequeñas ínsulas que, en lugar de buscar puntos comunes que sirvan para avanzar juntos, se centran en las diferencias para separar; esa separación que por otro lado dicen sufrir y que ahora les sirve para establecer fronteras entre ellos y los otros. Es lo que vemos, sobre todo pero no exclusivamente, en todo lo que rodea a las políticas de identidad.

En muchas ocasiones nos dejamos llevar por derivas que nos perjudican como sociedad más que beneficiarnos. No se puede defender una causa a pesar de todo, y pese a quien pese; no puede ser que todo valga para conseguir un fin. Debemos aplicar un poco de razón y no dejarnos llevar tanto por las pasiones cuando de defender derechos se trata. ¿Cómo puedo exigir la desaparición de ciertas actitudes hacia mí cuando, para defender mi postura, yo mismo las ejerzo hacia otros? Eso no hace mas que llevar la hipocresía a niveles insoportables —y demasiada hipocresía sufrimos ya en nuestro día a día como para dejarnos atrapar por ella.

Con lo dicho hasta ahora no pretendo poner en duda la legitimidad —es más, la necesidad— de una serie de luchas, para nada. Pero sí, y tal como indica el autor del ensayo que nos ocupa hoy, poner el foco en una serie de actitudes, no sé si decir radicales, pero, cuanto menos, fuera de lugar, que en mi opinión —y ahora sí, es mi opinión, una que comparto con el autor— tan solo sirven para dañar precisamente la lucha que dicen defender.

Este es el tema central de La masa enfurecida, un ensayo escrito por Douglas Murray y publicado en España por Península que, desde su publicación, no ha hecho más que levantar ampollas en los distintos círculos políticos y culturales bienpensantes.

Douglas Murray

Y ha levantado ampollas principalmente por dos motivos: Douglas Murray lanza en este libro una serie de preguntas que ponen en un brete a quienes se erigen como defensores de una serie de derechos, porque pone en evidencia su falta de consistencia intelectual; y por otro lado, y posiblemente una de las razones que más ha escocido a estos movimientos, es que esta crítica proviene de un periodista conservador… y homosexual.

Foto de Douglas Murray: AndyCNgo; cropped by Beyond My Ken (talk) 00:23, 8 May 2020 (UTC), CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

La masa enfurecida, de Douglas Murray

La masa enfurecida

Con este libro, Murray sacó a la palestra tanto la preocupación por ese tipo de derivas en la lucha por ciertos derechos sociales, como las consecuencias de estas en el conjunto de la sociedad y en la estabilidad y salud de nuestras democracias. E insisto, Murray no critica a los distintos movimientos de los que habla en su libro, sino a la utilización que se hace de ellos para simplemente enfrentar a unos contra otros.

La masa enfurecida, de Douglas Murray
La masa enfurecida, de Douglas Murray

Para exponer sus argumentos, el autor divide el ensayo en cuatro capítulos, cada uno de ellos dedicado a un grupo concreto, titulados Homo, Mujer, Raza y Trans, los cuales se combinan con tres interludios y una conclusión final.

No voy a entrar en lo que Murray expone en cada uno de los capítulos, pero sí intentaré extraer algunas de sus ideas así como algunos ejemplos que son, cuanto menos, bastante paradigmáticos.

Pureza

Una de las cosas que más me ha llamado la atención del texto de Murray ha sido la cuestión de la pureza. Y es que hoy día, parece que para identificarse como mujer, homosexual o negro ya no solo cale con ser precisamente mujer, homosexual o negro. Es decir, no mereces ser llamada mujer si no comulgas con todos los preceptos del nuevo feminismo —y hago hincapié en la palabra ‘nuevo’—, al igual que jamás merecerás ser considerado militante de la lucha por los derechos de los homosexuales si no sigues a rajatabla la ortodoxia de estos movimientos.

Esta cuestión de la pureza la vemos muy bien en un pasaje que nos cuenta Murray en el capítulo sobre la raza, donde nos cuenta cómo el cantante Kanye West fue atacado por ciertas asociaciones defensoras de los derechos de las personas de color por el simple hecho de defender a Donald Trump en una intervención. Y fijáos hasta dónde puede llegar esta locura que, de algún modo, esos movimientos que atacaron a West llegaron a desterrar a Kanye West de la comunidad negra diciéndole que el no era negro, sino que era un blanco.

Algo parecido le pasó también a Peter Thiel, uno de los fundadores de Paypal y actualmente uno de los principales inversores tecnológicos de Estados Unidos a quien, precisamente por apoyar también a Donald Trump, se le criticó su condición de homosexual, poniendo en duda su compromiso con los derechos de estas personas.

Y ahora yo os pregunto: una persona que se considere de derechas o que, en ciertos aspectos, esté más próximo al pensamiento conservador, ¿no puede luchar también por los derechos de ciertos grupos? ¿Tienen que ser esas luchas exclusivas de la izquierda? Y así también al contrario, ¿alguien de izquierdas no puede amar a su patria y sentirse identificado con su país? Por supuesto, hay casos en ambos bandos ideológicos, pero estamos hablando de políticas de identidad, y aquí, sí es verdad que es la izquierda quien se ha apropiado de estas luchas como nuevo mantra, y quien las utiliza para defender su objetivo de justicia social al haber fracasado en ofrecer una solución a su primera lucha de clases.

Es como si, para poder ser considerado miembro de un grupo, tienes que cumplir rigurosamente con cada uno de los requisitos que se te exigen de modo que, si en algún momento algo de lo que dices o haces va contra alguno de estos requisitos, entonces quedas excluido de la comunidad y te conviertes en un paria.

Reversibilidad

Aquí enlazamos con otro tema planteado en el libro que me ha parecido muy interesante, y que no es otro que el de la reversibilidad. ¿A qué me refiero con esto? Pues al hecho de que, precisamente por esta deriva intolerante, personas que han sido referentes en la lucha por los derechos de ciertas comunidades —y a quien estos movimientos les debe gran parte de sus logros alcanzados—, en el momento de exponer alguna idea que pudiera resultar heterodoxa, se han visto atacadas por su propia comunidad para ser, finalmente, expulsadas de manera oficial. Son este tipo de cosas las que hacen que uno se dé cuenta de la locura colectiva que estamos viviendo.
Que yo esté de acuerdo contigo en algo, no implica que tenga que estarlo en todo. Es imposible que dos personas compartan la misma opinión en absolutamente todos los temas. Y esto se ve muy bien en el posicionamiento político y en el partidismo: o comulgas con todas las directrices de la dirección del partido, o no mereces pertenecer a él.

Crítica a la interseccionalidad

Murray hace también una crítica a la interseccionalidad, la cual, si cogemos la definición de la Wikipedia, es:

…un enfoque que subraya que el género, la etnia, la clase u orientación sexual, como otras categorías sociales, lejos de ser naturales o biológicas, son construidas y están interrelacionadas.1 Es el estudio de las identidades sociales solapadas o intersecadas y sus respectivos sistemas de opresión, dominación o discriminación. La teoría sugiere y examina cómo varias categorías biológicas, sociales y culturales como el género, la etnia, la clase, la discapacidad, la orientación sexual, la religión, la casta, la edad, la nacionalidad y otros ejes de identidad interaccionan en múltiples y a menudo simultáneos niveles.

Su crítica la resumiría en su denuncia contra el absolutismo de la interseccionalidad. Es decir, no todo es blanco o negro, sino que existe una gran gama de grises. ¿Qué quiere decir esto? Pues que cada caso debe ser tratado por separado y que no se puede intentar ofrecer soluciones generales.

¿Una cuestión de hardware o software?

Aquí entra en liza también la diferenciación que hace Murray entre Hardware y Software. Se trata de una metáfora que usa el autor para intentar ayudar a identificar el problema ante el que nos encontramos. Así, hardware es el físico de la persona, mientras que software es cómo se siente o identifica. Y esto se ve claramente con expresiones como «es una mujer en el cuerpo de un hombre». Murray reconoce que hay casos en los que de lo que se trata es de una cuestión de hardware, mientras que en otros sería más una cuestión de software. Y aquí es uno de los puntos en los que yo disiento con el autor, ya que, aunque entiendo su postura y creo que la metáfora que usa puede llegar a resultar útil, el modo en que expone estas cuestiones no siempre es acertada, al menos en mi opinión.

Aunque haya ocasiones en que la identidad pueda parecer una cuestión de simple elección, me cuesta ver que quien, de repente, se ve inclinado a una cierta identidad, lo haga simplemente porque algo ha cambiado en esa persona. Creo que en esos casos hay muchos más factores detrás.

Pero en lo que sí coincido con el autor es en ese empeño que parece haber en conducir a personas que sufren este tipo de «dilemas» hacia soluciones o vías únicas. Como dije antes, cada caso es un caso, y habrá personas que necesitan más tiempo que otras para reposar lo que están sintiendo en su interior y así poder tomar una decisión más fundamentada y con la que estén conformes y se sientan en paz en el futuro.

Para terminar…

No voy a seguir ahondando en el libro y os invito a que lo leáis porque, como os dije al principio, creo que se trata de una lectura muy necesaria. Y por supuesto, se trata de un texto que, en mi opinión, también comete fallos, como por ejemplo exponer tan solo los problemas que vienen provocados por ideologías de izquierda, cuando todos sabemos que en la derecha también existen este tipo de contradicciones. Y es que, si lo que vas a denunciar son actitudes, estas siempre se dan en cualquier rango del espectro político, por eso, centrarse solo en uno, al final lo que hace es, si no desmerecer el libro, sí permitir que se gane este tipo de críticas.

Os invito a que visitéis el gran número de ejemplos que pone el autor para visualizar esta locura que vivimos: profesores que se ven obligados a dimitir de sus puestos por la presión de alumnos a quienes no gustaron cierta opinión o declaración; periodistas que, ante una cierta pregunta o contra-argumentación son atacados de un modo tan feroz que inlcuso ven su carrera profesional acabada, etc. Son cuestiones que Johnathan Haidt y Greg Lukianoff ya denunciaban en su libro La transformación de la mente moderna, un libro del que también tenéis reseña en este canal y que os dejo por aquí.

Reflexión final

Y para terminar, me gustaría hacer una reflexión final, y esta sí es una reflexión mía: nos empeñamos en hacer la vida más complicada de lo que es; si nos limitásemos a vivir nuestra vida sin inmiscuirnos en las vidas de los demás, a todos nos iría mejor. A nadie tiene que importarle que su vecino tenga una inclinación sexual u otra; que el color de piel de alguien sea distinto al tuyo no lo convierte en alguien inferior a ti; que en todos, insisto, en todos los grupos demográficos que nos empeñemos en diferenciar, existen miembros completamente diferentes, y no por ello ni mejores ni peores. Tan solo, diferentes, porque, como se suele decir, cada cual es de su padre y de su madre.

Nadie tiene culpa de haber nacido como ha nacido. Pero tampoco de haber nacido donde ha nacido. Me explico: quienes crecen en un ambiente donde predominan ideas conservadoras, y que toda su vida ha interiorizado, llamadlo una forma de vida o de sociedad, tampoco tiene culpa de tener unas ideas concretas. Es lo que ha mamado toda su vida, y a esa persona le costará desprenderse de esa forma de ver el mundo. Por eso, no hay mejor arma para luchar contra la intolerancia que la educación. Y ojo, estoy hablando de educación, no de adoctrinamiento.

Hay una frase que yo suelo decir muy a menudo siempre que alguien se queja de otra persona porque no se esperaba cierto comportamiento, y es la siguiente: gilipollas hay en todos sitios.

Tal vez, si has llegado hasta aquí, pienses que yo soy uno de esos gilipollas. Y tal vez tengas razón, pero no me importa que lo pienses.

Si esta reseña y este vídeo ha servido para que, efectivamente, comprendas que hay gente interesada en utilizar luchas sociales legítimas para sacar rédito político, y que dicha utilización, aunque creas que ayuda a visibilizar esas luchas, en realidad las gangrena, me conformo.

Ciao.

1 comentario en «La masa enfurecida, de Douglas Murray»

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